Andamos buscando. Tu yo y los caminos. Los caminos
nos traspasan y también nos buscan en los labios, la curiosidad de nombrar el
sentido del viaje, sin lograrlo. Los pies conectados a la tierra, los pies sistema nervioso. Pies contentos bailando por los senderos, encontrando poesía inédita en cada forma. ¿Dónde están tus pies debajo
de las faldas? Madre Oriental guíanos en el intento. ¿Cuántos habitantes hay en este espacio y en este momento? No somos tan diferentes de los pinos y los sauces. Cierro los ojos
a penas lo que dura el parpadeo para llenarme de todas tus formas que revelan
la luz, quiero sentir en la piel cada pedazo del camino desfragmentado por la
visión -incompleta-, quisiera convertirme en cada una de tus curvas. La mente no
puede quedarse en ningún sitio, ese es regalo de la visión. El viaje mismo. La mente dispuesta a moverse a la velocidad de la luz. Gracias gracias por mis ojos y por tanta belleza contenida en todo lo
que observo. Gracias por mi piel que siente las variaciones del sol y el roce
ligero o intenso de los brillantes vientos. No hace falta cargar nada, más que lo que ya nuestras atmósferas pueden
platicar de las historias que hemos vivido y presenciado desde el inicio de los
tiempos, que son los míos, los tuyos y todos los que vinieron antes que
nosotros.
¿Cuántas veces han visto las montañas
el paso del sol inmaculando? ¿Cuántos cambios de color, cuantas nubes viajeras
han acariciado tus cornisas de gigantes ancestrales? ¿Qué les importa a las
montañas los sentidos despiertos o dormidos? Estamos despiertos, no nos
engañemos. Estamos tan despiertos que a veces sentirlo todo es tan cansado que necesitamos
sostener el aliento. Entonces no alcanzan los sueños y la vida cotidiana. No sé
qué sientas tú, pero a mí se me prende un fuego por dentro que me empuja a
probar sabores nuevos, comer tierra a puños, viento enredado en la lengua,
abrir la boca y las papilas para que la luna se me meta por el gusto hasta el
fondo mismo de la sangre. Los paisajes me producen un hambre voraz. Paisaje
-visión- trágame tú y déjame tragarte.
A veces me da miedo, siento que me perderé a mi misma en el camino, ¿he de
convertirme en la golondrina que me mira desde el pino?, no hay forma de
salvarme, no hay creencia a la que pueda asirme en la fiesta de la sorpresa.
Tengo plumas azules y se me revuelve el ego en el pecho blanco. ¡Qué vértigo revienta
mi nombre! Se desmorona el lenguaje en la penumbra incandescente. Me pierdo.
¿Dónde está mi casa? No soy una turista, casi nunca tengo a donde volver. Los
sentidos me desnudan frente a ti. Pero eres tan sabia en su atmosfera de 35
millones de misteriosos años, que sólo en una inspiración de tu aliento me
calmas. “Tú eres tu casa” me dices en voz alta para que no se me olvide y
vuelva a mi centro. “Todo el mundo es mi casa” te respondo cantando para que
sepas que estoy aquí siendo –por esta vez- golondrina también. ¿Madre Oriental has escuchado el sonido que hace
la tierra al viajar -rítmica y musical- alrededor del sol? ¿Has sentido alguna
vez el cansancio del sistema solar viajando alrededor de la galaxia? ¿Has
sentido en la sangre el movimiento atemporal de nosotros siendo trasladados en
esta gigante masa de agua, tierra, viento y fuego, viajando a través de la luz por
todo el universo? Tus venas de agua. El movimiento. Manantial a través de la
luz y por todo el universo.
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