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La cuarentena: un

camino de autoconocimiento




Detenerse en nuestros tiempos ha sido duro y doloroso para muchos. Para otros, bueno y sanador. Como sea, lo cierto es que ante la perspectiva de la enfermedad y la muerte lo hicimos, porque no nos quedó de otra.   Curiosamente, antes de la epidemia también la enfermedad y la muerte eran las principales razones para no detenernos. Lo creíamos imposible cuando no era inminente. Bien, ya estamos aquí.
  
¿Por qué no? La sociedad actual funciona por el rendimiento y la productividad, no importa cuál sea nuestro oficio o profesión y en realidad tampoco es tan importante lo que producimos, sino lo que consumimos.   Somos consumidores dentro de un paradigma en el cual creemos que somos productores. La religión del hacer y el tener. Una carrera sin meta, en la que nunca es suficiente lo que hacemos para obtener lo que necesitamos. No hay satisfacción, de esa profunda y real que viene acompañada de agradecimiento y tranquilidad. Sólo tenemos satisfacciones y paliativos parciales. Todo lo que anhelamos está afuera de nosotros mismos y parece que conforme más producimos, más cosas necesitamos. Bajo esa lente, la carencia es algo irresoluble.
  
Cuando hablo de hacer, no sólo me refiero al mundo laboral. Hablo también de las decisiones que tomamos, la forma en que nos vinculamos con nuestra familia, los actos que nos constituyen. Cuando hablo de tener, no sólo es lo material, sino también los recursos emocionales, intelectuales y espirituales. La religión del hacer para tener ha permeado toda nuestra orgullosa modernidad. Está fundamentada en lo cuantitativo y en una supuesta libertad de hacer.
  Esto nos ha metido en una violenta sinfonía sin pausas, sin entretiempos, sin silencios, en la que el No Hacer no es una posibilidad y el aburrimiento es el nuevo pecado capital. Cuando en la música no hay silencios, sólo es ruido.    
  
Foucault habla acerca de la sociedad disciplinaria (de la que no estamos tan lejos aún), en la que hay otro que puede ser el Estado, un virus, o simplemente otro ser humano que es diferente y, por lo tanto, representa una amenaza al propio orden, por lo que uno se opone. En esa oposición hay una reafirmación del sí mismo.
  
Byung-Chul Han plantea un nuevo paradigma en que el otro ya no es distinto sino igual. Buscamos la igualdad, la transparencia. La tecnología ofrece la información abierta, en donde no hay misterio ni negatividad, un mundo que busca lo positivo y se construye sobre lo positivo. Donde lo diferente no existe. Por lo tanto, no hay nada que rechazar y el yo se disuelve en lo igual. Si para Sartre el infierno son los otros, para Han, el infierno son los otros iguales.
  
Este paradigma sugiere que el enemigo ya no está afuera, sino adentro de cada uno. Ya no existe el otro viral que amenaza, sino un yo totalmente positivo que todo lo abarca. Afirma que Uno Mismo produce enfermedades neuronales como reacción. La depresión, la ansiedad, la bipolaridad y tantas otras de orden psíquico y psicológico hoy matan más personas que ningún virus.

Acontece la depresión cuando el ser humano ya no puede ‘poder más’, el sujeto de rendimiento se somete a la culpa de no poder en una sociedad del ‘puedo’, se enferma de positividad. La violencia de lo positivo contra la violencia del otro viral. La violencia del uno mismo contra la violencia del otro uno mismo.
  
En resumen, pasamos de la sociedad disciplinaria del amo y el esclavo a la sociedad de la autodisciplina: el amo que es esclavo de sí mismo.
  
Han habla entonces de una libertad paradójica, en la que las personas somos libres de hacer lo que queremos, pero al no poder detenernos nos volvemos esclavos de nuestro quehacer, creando una cárcel social en la que no hay tiempo para nada más que para seguir haciendo.
  No hay espacio para la interrupción. Sólo hay tiempo para el tiempo, convirtiendo todo en un presente prolongado.
  En este presente continuo del que habla Han, el espacio para la creatividad, la contemplación y la reflexión (cualidades inherentes a todos los seres humanos) no existe. Sólo hay espacio para la supervivencia.   Confundimos la creatividad con la reactividad, la contemplación con el entretenimiento y la reflexión con el procesamiento de información.
  
Éste hacer sin descanso nos agota y la carencia jamás resuelta nos coloca en un constante estado de alerta que nos aleja de nosotros mismos y nos mantiene absortos en el mundo exterior, siendo bombardeados por una cantidad indigerible de estímulos. Dopados para seguir rindiendo.
  
Pero entonces, paramos. Nos detuvimos por Un Otro inminente: el virus. Muchas personas creen que no es real, que no es letal, que es una estrategia de grupos poderosos y gobiernos para reconfigurar la economía, etcétera. Lo cierto es que real o no, de laboratorio o de la naturaleza, permitimos que el virus entrara en nuestro sistema y aceptamos que la forma de defensa sea el aislamiento. Esa es la realidad que estamos creando y se convirtió en un movimiento mundial. Las implicaciones son estratosféricas en todos los niveles. La onda expansiva de consecuencias que traerá depende de cada uno de nosotros y otro poco del azar (que quizá no sea más que un orden que no alcanzamos a nombrar, sino que nos nombra).
  
Este recogimiento en el que nos encontramos con nuestras familias y con nosotros mismos. Con el miedo que nos da enfermarnos o los que amamos, preguntándonos si son suficientes las medidas que tomamos. Entrar al cuarto de los tiliches, desempolvar, tirar. Encontrarnos con viejas heridas y conversaciones pendientes con personas que amamos. Cuentas por pagar que no sabemos cómo pagaremos después de esto. Noches de insomnio guiadas por incertidumbre y pensamientos catastróficos. Nos estamos encontrando con nuestro cuerpo debilitado por la mala comida, por estar sentados durante horas. Con nuestras preguntas sin respuesta y nuestras memorias de la infancia. Con los duelos pendientes y el miedo a la muerte. Nos estamos encontrando y duele. Padres desesperados que están descubriendo cómo ser hijos de nuevo. Hijos que están enseñando a sus padres cómo adaptarse rápidamente a los cambios. Amantes que en la lejanía están descubriendo que no se amaban tanto. Profesionistas que han errado el camino y están tomando el coraje para mandarlo todo al diablo, porque ya no hay mucho que perder. Familias que no pueden dejar de salir a vender lo que pueden, porque si no, no comen y se encuentran con calles vacías. Familias que lo tenían todo menos comunicación y ahora están hablando. Personas que ya estaban solas y ya no quieren estarlo. Personas que siempre habían estado acompañadas y ahora se consuelan en su soledad. Aquí y ahora está nuestro anhelado cambio. En el lado negativo de la fotografía. En donde somos frágiles. En donde comenzó la vergüenza. Lo que no subimos a las redes sociales, lo que no le contamos a nadie; ni a nosotros mismos. Ésta es nuestra patria. Aquí. Con nosotros mismos. Un momento de silencio para recordar: ¿hacía donde iba todo esto? 
  
Nadie sabe, no hay fórmulas mágicas ni vacuna, no hay terapia perfecta ni religión, no hay filosofía ni gobierno que sepa. Sólo el silencio y aceptar el dolor traerá el alivio. Es momento de soltar la carencia. Encuentra adentro y deja de buscar afuera. Ojalá no sientas pena por nadie, ni por ti. Todos estamos llenos de recursos, siempre ha sido así. Sólo necesitábamos algo de tiempo para detenernos.


Referencias:

La sociedad del cansancio. Byung-Chul Han. Editorial Herder
La sociedad de la transparencia. Byung-Chul Han. Editorial Herder
La sociedad punitiva. Michel Foucautl. Fondo de Cultura Económica.
Imagen:https://i.skyrock.net/1876/68581876/pics/2843550448_1.jpg

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